3.11.06

IL FURBACCHIONE

Tiempo atrás habíamos linkeado en estas páginas la imagen de una instalación de Maurizio Cattelan, y fue entonces que prometimos volver más tarde sobre este artista italiano.
Cattelan, nacido en Padua en 1960, comparte dos características claves con otros artistas de su generación: haber logrado la fama mediática a través de la provocación más abierta, y su mirada irónica y hasta despectiva hacia el mercado del arte, incluyendo público, críticos y galeristas.
Cattelan combina en sus obras la escultura (en la cual busca el máximo efecto a través del hiperrealismo, llegando incluso a utilizar animales reales disecados) con performances mediáticas tales como happenings, destrucción pública de piezas o representaciones teatrales, aplicando al arte las reglas del star-system hollywoodense o de la música pop. La marca de su arte pasa en ocasiones por la descontextualización de íconos culturales contemporáneos o de la historia reciente, como cuando presentó a un contrito Adolf Hitler de rodillas (Him, 2001), al difunto Papa Juan Pablo II derribado por un metorito (The Ninth Hour, 1999, vendida por Phillips, de Pury & Co. el 11 de noviembre de 2004 en U$S 3.032.000), al cadáver de John F. Kennedy expuesto en un ataúd (Now, 2004), o una réplica exacta del cartel de Hollywood sobre un inmenso vertedero de escombros en las afueras de Palermo para la Bienal de Venecia de 2001. Y en otras ocasiones, como ya vimos, presenta animales como actores de sus ácidas fábulas, como una ardilla suicidándose en la mesa de la cocina en miniatura (Bidibidobidiboo, 1996), un caballo embalsamado colgado del techo de un museo (The Ballad of Trotsky, 1996, vendida el 12 de mayo de 2004 por Sotheby's de Nueva York en U$S 2.080.000), o un elefante que inútilmente trata de ocultarse con una sábana blanca (Not Afraid of Love, 2000, vendida el 10 de noviembre de 2004 por Christie's de Nueva York en U$S 2.751.500).
Tan mal no le fue. Actualmente es considerado una de las grandes superestrellas del arte contemporáneo, junto con Damien Hirst y el impresentable Jeff Koons, lejanos ya los tiempos en que se mostraba a sí mismo entrando a una sala de exposición a través de un túnel, como un ladrón (Untitled, 1991). Jonathan P. Binstock lo ha calificado como "uno de los más grandes artistas post-Duchampianos, y también un vivillo". Recientemente también ha actuado como curador, olvidado ya de cuando en 2000 convenció al galerista parisino Emmanuel Perrotin de pasarse un mes entero disfrazado como un enorme pene/conejo color rosa chicle (Errotin le Vrai Lapin) o cuando tuvo pegado a la pared al galerista milanés Massimo de Carlo "para que se venda a sí mismo" (A Perfect Day, 1999). O cuando en la Bienal de Venecia del '93 vendió su espacio expositivo a una agencia de publicidad bajo el título de Lavorare è un brutto mestiere. No puede culpárselo: su túnel, como el de un experto boquetero, lo condujo directamente al panteón de los artistas más cotizados del momento. Después de todo, si el mercado del arte pudo tragar la mierda de Manzoni sin inmutarse, con mucha más razón puede digerir a un mero bufón.

Y de postre, por si se les hizo pesado, una colección de bolsos de líneas aéreas.

1 Comments:

Blogger POMELITO said...

Trampa.trampa...cuando hice click al final donde dice "la mierda de Manzoni" aparecio un coments mío...de un blog Dos en Una que está stand by ..firmado como tetas....me sentí haciendo autobombo.juaaaaaaaaaa
besos miles

8/11/06 18:27  

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