Fotografía, dibujo, arquitectura, video. O basureros de índole diversa. Arte o no. Lindo o no. O lisa y llanamente cosas que llamaron nuestra atención.
5.11.06
KLEINE FABEL
"Ach", sagte die Maus, "die Welt wird enger mit jedem Tag. Zuerst war sie so breit, dass ich Angst hatte, ich lief weiter und war glücklich, dass ich endlich rechts und links in der Ferne Mauern sah, aber diese langen Mauern eilen so schnell aufeinander zu, dass ich schon im letzten Zimmer bin, und dort im Winkel steht die Falle, in die ich laufe." "Du musst nur die Laufrichtung ändern", sagte die Katze, und fraß sie.
Tiempo atrás habíamos linkeado en estas páginas la imagende una instalación de Maurizio Cattelan, y fue entonces que prometimos volver más tarde sobre este artista italiano. Cattelan, nacido en Padua en 1960, comparte dos características claves con otros artistas de su generación: haber logrado la fama mediática a través de la provocación más abierta, y su mirada irónica y hasta despectiva hacia el mercado del arte, incluyendo público, críticos y galeristas. Cattelan combina en sus obras la escultura (en la cual busca el máximo efecto a través del hiperrealismo, llegando incluso a utilizar animales reales disecados) con performances mediáticas tales como happenings, destrucción pública de piezas o representaciones teatrales, aplicando al arte las reglas del star-system hollywoodense o de la música pop. La marca de su arte pasa en ocasiones por la descontextualización de íconos culturales contemporáneos o de la historia reciente, como cuando presentó a un contrito Adolf Hitler de rodillas (Him, 2001), al difunto Papa Juan Pablo II derribado por un metorito (The Ninth Hour, 1999, vendida por Phillips, de Pury & Co. el 11 de noviembre de 2004 en U$S 3.032.000), al cadáver de John F. Kennedy expuesto en un ataúd (Now, 2004), o una réplica exacta del cartel de Hollywood sobre un inmenso vertedero de escombros en las afueras de Palermo para la Bienal de Venecia de 2001. Y en otras ocasiones, como ya vimos, presenta animales como actores de sus ácidas fábulas, como una ardilla suicidándose en la mesa de la cocina en miniatura (Bidibidobidiboo, 1996), un caballo embalsamado colgado del techo de un museo (The Ballad of Trotsky, 1996, vendida el 12 de mayo de 2004 por Sotheby's de Nueva York en U$S 2.080.000), o un elefante que inútilmente trata de ocultarse con una sábana blanca (Not Afraid of Love, 2000, vendida el 10 de noviembre de 2004 por Christie's de Nueva York en U$S 2.751.500). Tan mal no le fue. Actualmente es considerado una de las grandes superestrellas del arte contemporáneo, junto con Damien Hirst y el impresentable Jeff Koons, lejanos ya los tiempos en que se mostraba a sí mismo entrando a una sala de exposición a través de un túnel, como un ladrón (Untitled, 1991). Jonathan P. Binstock lo ha calificado como "uno de los más grandes artistas post-Duchampianos, y también un vivillo". Recientemente también ha actuado como curador, olvidado ya de cuando en 2000 convenció al galerista parisino Emmanuel Perrotin de pasarse un mes entero disfrazado como un enorme pene/conejo color rosa chicle (Errotin le Vrai Lapin) o cuando tuvo pegado a la pared al galerista milanés Massimo de Carlo "para que se venda a sí mismo" (A Perfect Day, 1999). O cuando en la Bienal de Venecia del '93 vendió su espacio expositivo a una agencia de publicidad bajo el título de Lavorare è un brutto mestiere. No puede culpárselo: su túnel, como el de un experto boquetero, lo condujo directamente al panteón de los artistas más cotizados del momento. Después de todo, si el mercado del arte pudo tragar la mierda de Manzoni sin inmutarse, con mucha más razón puede digerir a un mero bufón.
Todo tiempo pasado fue mejor, decía don Jorge Manrique. No es por llevarle la corriente, pero no se puede negar que estos prosaicos tiempos que nos han tocado transitar no pueden competir en cuestión de glamour con las décadas centrales del siglo XX, y menos aún cuando de viajar se trataba. Y como además la gráfica vivió en esas décadas una época dorada, la combinación ha dado resultados muchas veces maravillosos. Ése es el tema de los link de hoy: tenemos un sitio con afiches turísticos de los años '20 a los '40, y otros dos con etiquetas de equipajes (uno de hoteles, con un capítulo especial para los italianos, y un último de líneas aéreas). Créanme, hay verdaderas joyas ahí adentro, y si bien yo tengo mis favoritas, vale la pena que se pierdan buceando entre esos recuerdos de una época desvanecida.
Hace unos días leí (no recuerdo dónde, ni quién lo había dicho) que solamente el hombre crea cosas feas, porque todo lo natural (un bosque, un lago, un mar, una montaña o un desierto, lo que sea) es lindo per se. Sin embargo también (y ése es el tema de hoy) puede encontrarse alguna belleza en las ruinas de lo urbano o lo industrial. Una belleza inquietante, sin embargo, porque la falta de presencia humana es tan evidente que la imaginación llena ese vacío convirtiendo cada rastro de quienes ahí estuvieron en el atroz guiño de un fantasma. Los tres enlaces que siguen abajo llevan a colecciones fotográficas de construcciones o sitios industriales abandonados: Abandoned. Friched. Derelicta. Y de yapa, una fotito de una instalación de Maurizio Cattelan, en la Piazza XXIV Maggio de Milán, enmayo de 2004.
En realidad no hay mucho que explicar: usted hace click acá y le aparecen quichicientas mil tapas de viejos discos de jazz. De movida nomás, la notable colección, con sus frentes y sus dorsos, está dividida en 16 categorías. Ni me tomé el trabajo de contar cuántos discos hay aquí.
El jazz ha desarrollado una estética plástica en la inmensa mayoría de su obra, que hace que un disco sea fácil de reconocer como miembro de la cofradía, desde su gabán de papel. El uso de tipografías, fotos viradas, el artista como protagonista, mezclas de fotos y dibujos y no pocos experimentos, han ido consolidando una gráfica tan personal como el sonido de este maravilloso y riquísimo género musical, que ha parido a algunos de los más brillantes instrumentistas y compositores del siglo pasado. Y de esa gráfica, acá sobran botones de muestra.
Pero eso no es todo, lo del jazz es sólo una de las secciones del site japonés Gokudo. Allí encontrarán fotos de reptiles, viejos y aparatosos sistemas de audio, autos y, lo segundo más interesante de este sitio para mí (como pseudo-coleccionista): catus. Así que cuidado cuando se metan a revolver todo lo que este sitio tiene.
LINKEADO POR RAEL (Mario De los Santos)4 comentarios
Recordarán ustedes, caros lectores, que cuando hace algunos días cuando hablábamos de Wim Delvoye y su instalación Cloaca habíamos dicho que no era esa la primera vez que el arte convertía la mierda en oro. Pero primero permítanme una digresión.
Hace mucho, mucho tiempo, cuando la vida era más simple, el concepto de arte estaba claramente definido y al que producía arte se lo denominaba artista. Pues bien, en algún momento esta relación arte-artista se invirtió y pasó a suceder que por alguna razón a una persona se la considera artista y de ahí en adelante todo lo que produce es arte. Kasimir Malevich con su Cuadrado Negro de 1913 y su Cuadrado blanco sobre fondo blanco de 1918, o Marcel Duchamp con sus "Readymades" (recordarán su rueda de bicicleta de 1913 o su famoso mingitorio de 1917) llevan hasta el extremo esta conclusión: cualquier objeto se transforma en obra de arte por la voluntad del artista, o por decirlo más claro, por el simple poder de su firma.
Algo de eso debió pasar por la mente de Piero Manzonicuando presentó al público 90 latas firmadas y numeradas conteniendo 30 gramos de mierda cada una. Pero no era mierda normal: era mierda de artista, y por tanto una obra de arte. El precio fijado era el equivalente al mismo peso en oro (si consideramos que hoy, viernes 8 de septiembre de 2006, el gramo de oro vale U$S 19,59, entonces el valor nominal de una lata de Manzoni es de U$S 587,70). Lo podemos ver como una ironía genial o como una suprema tomadura de pelo, o las dos cosas a la vez.
Eso fue en 1961. En el 2000, la Tate Modern, una de las galerías de arte moderno más importantes del mundo, compró una de las latas de Manzoni, la número 4. El precio pagado fue de 22.300 libras, es decir unos 41.622 dólares, lo que significa un aumento de más del 7000% con respecto a su valor original. No es de extrañarse entonces que su lejano discípulo Wim Delvoye presente la compra de los propios zurrullos de su machine à caca como la mejor inversión posible.
Como apunte al margen mencionemos que en los más de 40 años que pasaron desde 1961, cerca de la mitad de las latas de Manzoni han estallado por la acumulación de gases en su interior. Y es que no hay inversión sin riesgo.
En una de las clásicas mesas de humor en la Feria del Libro de Buenos Aires, Rep señaló a Hermenegildo Sábat y a Carlos Nine, como los dos enormes dibujantes que son. Pero hizo una distinción. Dijo que ver la obra de Sábat lo estimulaba a dibujar, mientras que Nine lo paralizaba con su plástica y su perfección.
La verdad es que con Nine dan ganas de tirar todo eso que uno llama dibujos a la mierda. Un amigo, ilustrador él también, me dijo hace unos días: “son una tristeza esos tipos, le dan a uno ganas de ir a buscar trabajo en un taller textil coreano del bajo flores” (como no lo consulté antes de publicar sus palabras, si quiere que se haga cargo en los comentarios).
El plural refería, además del mencionado Nine, a Oscar Grillo, un espectacular dibujante argentino radicado en Inglaterra. Y de él se trata este asunto. Hace tiempo me enteré que todos los días, Grillo mandaba mails a un grupo de amigos con un dibujo y un link al audio de un tema de jazz. ¿A dónde había que inscribirse para ser amigo de Grillo? se preguntaba uno. Bueno, un músico rosarino (Rubén “el Chivo” González) vino a hacer más públicas esas verdaderas bellezas. Tan privadas no eran: los amigos de Grillo que recibían esos mails sumaban 600.
Los antiguos alquimistas soñaban con llegar a la piedra filosofal, una sustancia que fuera capaz de sublimar la materia, aún la más oscura y corrupta, y llevarla a su estado más puro: el oro. Pues bien: el arte contemporáneo ha tenido éxito donde los alquimistas fracasaron, y si no me creen echen un vistazo a Cloaca, la obra maestra del belga Wim Delvoye. Cloaca es una instalación que reproduce el proceso digestivo humano a través de 6 recipientes de vidrio conteniendo ácidos y enzimas. La máquina es "alimentada" dos veces por día y una serie de tubos y bombas hace circular los alimentos a través de los recipientes donde es digerida hasta llegar, después de 27 horas, al resultado final: auténtica mierda humana. O no, pero se le parece. Más allá de los reparos que algunos podrán tener en considerar a Cloaca como una obra de arte, de lo que nadie puede dudar es de su éxito: no sólo en los seis años desde su creación ha sido expuesta numerosas veces alrededor del mundo, sino que ha dado origen a un merchandise de soretes (higiénicamente empaquetados al vacío) y papel higiénico oficial.
Así, el arte ha conseguido transformar la mierda en oro. Nuevamente, porque no es la primera vez, pero ese será tema para la próxima.